lunes, 10 de diciembre de 2018

Tulipán de Oro - Vitoria

El Tulipán de Oro es para muchos ese animado bar del Casco Viejo donde puedes flambearte una buena ración de morcilla o chorizo en unos curiosos recipientes de forma agorrinada. Es un detalle chulo, por ejemplo, para mostrar a quienes nos vienen de visita, no todo va a ser empacharlos de tortilla. Pero es que, además del consulado de la morcilla, el Tulipán es toda una embajada del menú casero. Y eso no se conoce tanto.
Reconozco que llevaba tiempo sin ir y no sé a ciencia cierta quiénes y cómo lo regentan ahora. El acento semicosaco del joven que me atendió y la música ambiental -algo que sonaba un poco como el Raphael de las Landas- me dejaron un tanto desubicado pero, en cuanto me dejaron en la mesa un papelito, supe que seguía en el Tulipán. 
Un menú sin barroquismos ni aires exóticos, con platos amarrados a lo que se come por aquí. Para cuando entré (pasadas las tres de la tarde) ya no quedaba bacalao, y eso que no parecía haber gran meneo en el local. El precio del menú del día es de 12 euros entre semana. Lo que resulta chocante es que cobren seis euros más por servir exactamente lo mismo los sábados, domingos y fiestas de guardar.
Como entrante y haciendo honor a su merecida fama, el Tulipán sirve un aperitivo de morcilla o chorizo. Me quedé, lógicamente, con la morcilla. Un bocado soberbio, de auténticos reyes, tanto por la materia prima como por su preparación. Para acompañarla eché un trago al vino de mesa (sin etiquetar). Superado el primer zurriagazo carbónico que te pega, no está nada mal.
Y tras la morcilla, lo más lógico era pedir un auténtico clasicazo de cualquier menú casero: las alubias rojas. Amigas y amigos, ¡qué cremosidad! ¡qué certeza de que solo un puchero a fuego lento podía dar tal resultado! ¡qué cinco, repito, cinco trozos de chorizo flotaban en el plato cual equipo de natación sincronizada! ¡qué suavidad la de las guindillas! Y añadido a todo esto, ¡qué generosidad tiene el Tulipán con el pan! Donde otros te sacan tres pedacitos de baguette, aquí sirven no menos de media barra en el cestillo. Así sí.
De segundo, a falta de bacalao, lomo con patatas.
Tú y yo nos lo prepararíamos exactamente igual en casa, pero comerlo en un restaurante con estética de posada, en lo más viejo del Casco Viejo, a un precio moderado, escuchando una música muy rara de fondo, tiene un incuestionable encanto. Los filetes estaban muy finitos (así ha de ser) y las patatas, abundantes (qué menos).
El camarero (que parecía estar metiéndole fichas a la camarera del poco meneo que hay en el restaurante) me trae el postre: natillas.
Una taza de café con leche hasta arriba de natillas. Natillas de polvos, hay que decirlo, pero en este caso la cantidad compensa la falta de un poco más de caserosidad.
Servilletas de tela, mantel de tela, paredes de piedra y decoración de cierto abolengo. El Tulipán de Oro viene a ser una fotocopia reducida de El Portalón, a escasos veinte metros. Reducida en precio, en oferta, en reputación, en espacio,… pero no en muchos aspectos más.
Razones para ser fan del Tulipán:
-el sitio
-un menú sin trampantojos que no por ello renuncia a la calidad
-un precio más que razonable
¿Algún motivo para atemperar estas impresiones favorables?
-que el menú es majo pero puede parecer un tanto limitado
En resumen, un buen modo de practicar el medievo gastronómico sin hipotecarse.

(Comer en Vitoria)

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